Aunque la realidad fue más compleja, nuestro interés didáctico nos obliga simplificar la realidad social de la Europa medieval cristiana para hacerla entendible a los ojos de los alumno. En esa sociedad podemos distinguir tres estamentos: la nobleza, el clero y el pueblo llano o no privilegiados.
La NOBLEZA era un grupo social al que se pertenecÃa por nacimiento y linaje, pero el noble o caballero debÃa confirmar dicha pertenencia «viviendo noblemente», es decir, con el manejo de la espada. El ejercicio de las armas definÃa al
caballero medieval, su función guerrera lo situaba en la cúspide social. La Iglesia habÃa ayudado a reforzar el carácter guerrero y militar de la nobleza legitimando su monopolio de la violencia: mientras el clero rezarÃa por la humanidad, los caballeros la defenderÃan y los plebeyos trabajarÃan para que todos pudieran comer.
Se suponÃa, en teorÃa, que la finalidad de la nobleza no era pelear por placer ni por poder, sino en defensa de los otros dos estamentos y pa
(Read more…) conservar el orden y la justicia. Dada su condición de protector, el aristócrata estaba exento de los impuestos directos de capitación o fogaje.
En la práctica, la nobleza empleó sistemáticamente la violencia en defensa de sus intereses, enfrentándose en continuas luchas entre sà y oprimiendo permanentemente a un campesinado del que dependÃa su sustento económico. Para el caballero la violencia y la guerra era su razón de ser y sus principales atributos eran la espada y, sobre todo, el caballo. En la batalla, caballo y caballero eran inseparables; sin montura, el caballero era simplemente un hombre, con ella era considerado invencible. El noble ensalzaba continuamente la guerra, allà se convertÃa en héroe, allà demostraba sus cualidades exclusivas: valentÃa, arrojo, honor. El trovador Bertrand de Born, de noble origen, hablaba asà de sus sentimientos en la batalla:
Mi corazón se hincha de gozo cuando veo
fuertes castillos cercados, estacadas rotas y vencidas,
numerosos vasallos derribados,
caballos de muertos y heridos vagando al azar.
Y cuando las huestes choquen, los hombres de buen linaje
piensen sólo en hender cabezas y brazos,
pues mejor es morir que vivir derrotado…
Os digo que no conozco mayor alegrÃa que cuando oigo gritar
<¡sus! ¡sus!> en ambos bandos, y el relincho de los corceles sin jinete,
y quejidos de <¡Favor! ¡Favor!>
¡y cuando veo a grandes y pequeños
caer en zanjas y sobre la hierba,
y veo a los muertos atravesados por las lanzas!
Señores, ¡hipotecad vuestros dominios, castillos y ciudades,
pero jamás renunciéis a la guerra!
Junto a sus armas, su
armadura pesada y costosa y su caballo, otros signos externos que permitÃan al caballero diferenciarse del resto eran el lujo en la vestimenta y el escudo heráldico, sÃmbolo de su familia.
Para la nobleza el acontemiento bélico por excelencia fue la batalla campal, el enfrentamiento total y a campo abierto de dos ejércitos. En las batallas campales la carga de la caballerÃa pesada protegida con armadura y provista de lanza se consideró insuperable durante buena parte de la Edad Media. De todos modos, el enfrentamiento directo y masivo fue relativamente escaso en la etapa medieval. El riesgo de derrota total era excesivo para ambas partes. Por ello, la GUERRA MEDIEVAL fue, sobre todo, una sucesión de cercos de castillos y ciudades y un permanente hostigamiento del enemigo a base de emboscadas y ataques por sorpresa en territorio contrario (algaradas).
En los periodos de paz, el caballero continuaba preparándose para la guerra: se entrenaba en el castillo y se dedicaba a la caza, una de sus aficiones favoritas. Cuando querÃa medir fuerzas con sus iguales, participaba en justas y torneos. Aunque no eran a muerte, estos juegos eran tomados muy en serio y las posibilidades de caer heridos o morir no eran remotas. Las justas eran combates individuales mientras que los torneos eran enfrentamientos colectivos en los que podÃan llegar a participar decenas e, incluso, centenares de caballeros que podÃan caer prisioneros de sus opuestos y verse obligados a pagar costosos rescates.
La propiedad de las tierras y rentas daban al noble el derecho a ejercer su autoridad sobre todos los de sangre distinta en su territorio o
feudo, menos sobre el clero y los comerciantes de las ciudades libres. Las rentas que recibÃa de los campesinos y los derechos o banalidades que tenÃan sobre todos los habitantes de su feudo le permitÃan mantener los importantes gastos derivados de sus obligaciones militares. La residencia del señor resaltaba sobre las demás y tenÃan un claro carácter defensivo: era el
castillo.
No todos los nobles eran grandes señores. El caballero de rango inferior carecÃa de las riquezas de duques o condes y con frecuencia solo contaba con un castillo sin importancia y unas rentas limitadas. Por debajo de él estaban los caballeros cuyo feudo era solo una casa fuerte y una propiedad equivalente a poco más que la de un campesino. Algunos no contaban con castillos ni feudos, vivÃan con su señor y éste les mantenÃa.
Tanto los grandes señores como los simples caballeros, todos los nobles estaban vinculados entre sà por relaciones sinalágmáticas o bilaterales: las RELACIONES FEUDOVASALLÃTICAS. Eran relaciones entre hombres guerreros y libres que se entretejÃan creando una red de fidelidades que llegaban desde el simple caballero al gran duque, que a su vez serÃa vasallo del rey.
Algunos grandes señores, como el caso del duque de Borgoña en Francia, llegaron a contar con grandes ejércitos privados que consiguieron, incluso, retar al poder real. Y es que en la Edad Media el monarca no contaba con el monopolio de la coerción y la violencia. Los ejércitos nobiliarios eran una caracterÃstica medieval, como lo era también la existencia de multitud de plazas fuertes y castillos en manos de la nobleza que suponÃan el máximo exponente de su fuerza militar.